Heroínas olímpicas

ONDINA VALLA: SU ORO OLÍMPICO CAMBIÓ LA VISIÓN DE MUSSOLINI Y DEL PAPA HACIA EL DEPORTE FEMENINO

La vida de una mujer con deseos -y capacidades- de ser deportista a principios del siglo XX no era fácil. Tampoco lo fue para la que, con el tiempo, se convertiría en primera campeona olímpica de Italia. Perjudicada por los prejuicios imperantes en la sociedad de entonces, las normativas impuestas por las autoridades y, lo que es peor, el rechazo en su propio seno familiar, Ondina Valla tuvo que superar muchos obstáculos para lograr cumplir su sueño. Lo que no sabía es que, al hacerlo, abriría las puertas del deporte femenino en su país y haría cambiar de mentalidad e ideas al propio Benito Mussolini.

Empecemos por el principio: Ondina no se llamaba así, sino Trebisonda (de ahí se acortaría su nombre en Onda para luego convertirlo en Ondina). Sí, como la ciudad turca, a la que su padre admiraba por su brillantez y belleza. Después de cuatro hijos varones el señor Valla aspiraba a que su hija igualara las características de la ciudad cuyo nombre portaba. Ondina fue desde siempre una niña vital y dotada para el deporte. 1927 marcaría el descubrimiento que al fin y a la postre cambiaría su vida, por parte de un entrenador de la sociedad boloñesa Virtus que la vio en unos juegos escolares.

No nos saltemos su etapa escolar porque fue en esos años cuando coincidió, en la misma escuela, con otra grandísima atleta: Claudia Testoni. Con los años se convertirían en rivales en las pistas, en olímpicas en la misma cita y siempre y por encima de todo, en grandes amigas. Ondina era tan versátil que llegó a competir a gran nivel hasta en siete disciplinas atléticas, entre las que se encontraban el salto de longitud y de altura, las carreras de velocidad y de obstáculos y el pentatlón. Por citar un dato, su récord nacional de salto de altura permaneció como tal durante 18 años.

Las habilidades de Ondina quedaron demostradas tan tempranamente que a los trece años ya fue internacional y a los catorce empezó su gran carrera de batir un récord tras otro. Pero a esa misma edad se dio de bruces con los prejuicios hasta el punto de impedirle ser olímpica (en los Juegos de Los Ángeles de 1932, para los que tenía marcas mínimas) por el “simple” hecho de ser mujer. Lo tuvo todo en su contra: desde su propio hogar donde, pese al apoyo paterno que siempre tuvo, su madre opuso resistencia a que practicara deporte porque se avergonzaba de verla “correr medio desnuda” lo que la “alejaría a posibles futuros maridos”. La sociedad tampoco ayudaba. Antes al contrario, veía “inconveniente” que una mujer practicara deporte. El régimen fascista de la época quería a las mujeres en casa, al cuidado de los hijos y dedicadas a su familia. Para más inri también intervino el Vaticano, que llegó a oponerse a la presencia de deportistas italianas en los Juegos Olímpicos. El panorama deportivo a nivel mundial tampoco era muy halagüeño para las mujeres, pues el mismísimo Pierre de Coubertin, gran opositor a la entrada de mujeres en “sus” Juegos Olímpicos, había cedido poco antes y debido a las grandes presiones de Alice Milliat. El mundo, en definitiva, aún no estaba acostumbrado a la presencia de mujeres ni en competiciones deportivas en general ni en Juegos Olímpicos en particular. Y Ondina pagó el pato. No se le permitió acudir a los Juegos de Los Ángeles por la siguiente banal razón: iba a ser la única mujer en un barco que partiría hacia América lleno de hombres. Sic.

Tras ese varapalo de no verse compitiendo en unos Juegos en los que, por sus marcas, podría haber obtenido alguna medalla olímpica, Ondina lejos de frustrarse se animó a seguir hacia adelante y demostrar en la siguiente cita olímpica lo que le impidieron hacer en la de 1932. Su sueño seguía siendo ir a unos Juegos y para ello siguió entrenando. Afortunadamente su padre creía en ella, quería que brillara, como bien indicaba su nombre, ese que escogió con mimo para ella.

Un monumento a ella dedicado

El año anterior a los Juegos de Berlín Ondina llegó a ganar en 24 competiciones y a batir siete récords italianos. En las pistas seguía encontrándose con Claudia, la cual había cambiado de club. Claudia a menudo superaba a Ondina en las competiciones que se celebraron en esa época. Esa temporada previa a los Juegos Claudia superó a Ondina hasta en diez ocasiones. Sin duda se había posicionado como la favorita para ganar el oro olímpico concretamente en la carrera de 80 metros obstáculos.

Nos situamos ya en los Juegos Olímpicos de Berlín 36, en un estadio abarrotado con 100.000 espectadores. Mientras el gran Jesse Owens ganaba en los 200 metros lisos las mujeres realizaban las baterías y las semifinales de los 80m obstáculos. Ondina quedaría segunda en su batería, realizando su mejor marca personal. En la semifinal ya obtendría el primer puesto, además lo haría igualando el récord mundial.

Su rival y sin embargo amiga Claudia también había obtenido el billete para la final. Lo que no había dicho a nadie es que la víspera se encontraba mal debido a los dolores causados por la regla, pero eso era algo que, por aquel entonces, no se permitía ni mentar. Ondina no estaba tampoco en su mejor momento físico, ya que las carreras previas habían mermando su puesta a punto, sumado al frío imperante. Así que tenemos a la atleta local Anni Steuer como favorita número 1.

En la final Claudia arrancó como la más veloz, obteniendo un primer puesto que le duraría hasta el tercer obstáculo. La seguían Ondina, Steuer y Taylor. Sería en el rectilíneo donde Ondina echó el resto, llegando a la meta en un apretadísimo final con otras tres participantes. Esta final fue histórica pues sería la primera de unos Juegos Olímpicos en los que se usó la foto-finish. En concreto se usó la cámara Ziel-Zeit, una máquina perfeccionada por Leni Riefenstahl. El estadio gritaba el nombre de Ondina durante los minutos de espera hasta conocer la decisión de los jueces. Finalmente se declaró en efecto a la italiana como vencedora, seguida de Steuer y Taylor. Su compatriota perdería el podio por apenas siete milésimas.

Con su inseparable Claudia Testoni

La fiesta celebrada a la llegada de Ondina Valla a Bolonia fue apoteósica, empezando por su llegada a la estación de tren con un gentío que acudió a recibirla y seguida por una cena de honor en la que ella fue la estrella. En esa cena Ondina pudo charlar por primera vez con sus compañeros masculinos de equipo ya que en Berlín estaban estrictamente separados hombres y mujeres. Pero lo mejor estaba por llegar: su recibimiento en Roma por parte del Duce, que cambió su consideración hacia el deporte femenino gracias a la victoria de Ondina. Es verdad que ese oro suponía un escaparate de los éxitos del deporte italiano y, por extensión, de Italia; que esa victoria pudo ser utilizada para fines propagandísticos pero, en definitiva, supuso la apertura de mentalidad y de acceso al deporte de las mujeres. De no haberse producido es más que probable que el deporte femenino italiano hubiera tenido que esperar no sabemos cuánto tiempo más para avanzar, incluso para ser permitido. Mussolini, quizás aprovechándose de lo que ese oro olímpico suponía, habló de las excelencias del deporte femenino y prometió recompensar a Ondina en cuanto a reconocimiento y en cuanto a premio material. Utilizado ese oro o no lo cierto es que la práctica deportiva de las mujeres en Italia y su reconocimiento varió a partir de ese momento, hablándose de un antes y un después. Otro que tuvo que claudicar ante ella fue el propio Papa, tan contrario antes a la participación femenina en los Juegos. Pío XI la recibió con honores, dando así marcha atrás a sus convicciones previas. Ondina fue capaz de hacer cambiar de parecer a todo un Papa y a todo un Mussolini. En conclusión: un oro olímpico que fue mucho más allá de ese premio y fue trascendental en el desarrollo del deporte practicado por mujeres en Italia.

¿Qué pasó con Claudia Testoni? Pues que tras los Juegos ganó carrera tras carrera, mientras que Ondina tuvo que retirarse prematuramente debido a una lesión. La II Guerra Mundial estaba a punto de estallar. Ondina, ya casada (por lo que se ve, haber corrido “medio desnuda” no le había impedido encontrar marido, como vaticinaba su madre) tuvo que huir desde su Bolonia natal hasta otra localidad en la provincia de Mantua…donde fue acogida en casa de Claudia Testoni.

La huella de Ondina sigue a las afueras del estadio de Bolonia, donde plantó un arbolito que le fue regalado debido a su triunfo olímpico y que ha ido creciendo, como grande se hizo su influencia en el deporte femenino de su país, Italia.

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