Legendarios

LA SAGA OLÍMPICA DE LOS HAVENS Y EL ORO DEL HIJO QUE RESARCIÓ AL PADRE

Es habitual que el mundo del deporte en general, y del olimpismo en particular, cuente con sagas familiares dedicadas al deporte logrando, además, éxitos. La historia que vamos a contar es una de ellas, aportando un rasgo especial en este caso de “justicia poética”.

Nos remontamos a los años 20 del siglo XX. Dos hermanos se dedican al remo en las aguas del río Potomac en la capital de Estados Unidos. Se trata de Bill y Charles Havens. Ambos forman parte del Washington Canoe Club, el club donde nació el deporte del piragüismo en el país norteamericano. En 1924 el piragüismo formaba parte del calendario de los Juegos Olímpicos como deporte de exhibición, a celebrarse en París. Bill Havens era uno de los máximos aspirantes al oro, pues se encontraba imbatido en todas las competiciones en las que participaba. El equipo que iba a llevar Estados Unidos a esa cita olímpica era potente, con el remero Jack Kelly, los nadadores Duke Kahanamoku y Johnny Weissmuller, por citar sólo algunos de los deportistas de modalidades acuáticas. Bill Havens iba a ser uno más de ellos, otro deportista de élite que, dentro de la lógica, debería regresar con una medalla al cuello. Pero no lo hizo. Y no lo hizo porque decidió no acudir. Puso por delante a su familia y tomó la decisión de quedarse en casa, junto a su mujer, la cual estaba a punto de dar a luz. En efecto, su hijo Frank nacería cuatro días después del fin de los Juegos.

Bill Havens Sr, 2º por la derecha. Foto de la familia Havens

Durante años, décadas, Bill Havens rumió lo acertado o no de su decisión. Pero la redención acabó teniendo lugar de la forma más dulce. Entre tanto tanto su hijo Frank como su otro hijo Bill Jr. se habían convertido en seguidores de su padre en su misma especialidad deportiva y lo hacían con los mismos éxitos y perspectivas que él. En los Juegos de Berlín 36 Bill Jr. por poco -un puesto- no acudió, pues acabó en tercer lugar en los trials de su país, cuando contaba con apenas 16 años. Tres años más tarde establecería, no obstante, el récord mundial de los 1.500m en K1. Pero Bill Jr. siguió con su mala suerte ante la cita olímpica pues, tras conseguir tres campeonatos nacionales y ser elegido para el equipo olímpico en los que tenían que ser Juegos Olímpicos de Tokio se encontró con que los Juegos fueron cancelados debido a la II Guerra Mundial.

Acabada la guerra los Juegos vuelven a celebrarse, con la edición de 1948 en Londres. Los hermanos Bill Jr. y Frank participaron en la modalidad de C1. Mientras el mayor acababa quinto en la distancia de 1.000m el menor se hizo con la medalla de plata en la larga de 10.000m. Esa medalla en parte resarcía la que no consiguió en su momento su padre, pero no nos adelantemos, puesto que la verdadera “venganza” aún estaba por llegar.

Los hermanos Bill Jr, y Frank, en el centro. Foto de la familia Havens

Llega la siguiente cita olímpica: la de Helsinki 52. Los hermanos se habían preparado especialmente para estos Juegos, llevando a cabo un intenso régimen de entrenamientos con el único objetivo claro: había que conseguir la medalla más preciada. Sus resultados y récords durante ese ciclo olímpico les colocaba de favoritos. Pero de nuevo la fatalidad se alió con Bill Jr: durante un estúpido accidente ayudando a un amigo a liberar su coche atrapado en la nieve se cortó varios tendones. Frank tuvo que acudir a los Juegos de Helsinki sin la compañía de su hermano. Los “accidentes” no acabaron. Ya en Finlandia, Frank rompió una de sus palas y estropeó las otras dos que le restaban. El resto de palas con las que contaba el equipo de Estados Unidos le quedaban demasiado cortas para su altura. De manera urgente y desesperada, Frank se puso a buscar más palas. La encontró en el equipo canadiense, con cuyo entrenador había hecho buenas migas durante los Juegos de Londres 48. Frank Havens acabó ganando su carrera de los 10.000 metros y estableciendo además un nuevo récord mundial. Dos cosas le quedaban por hacer tras alzarse con el oro. La primera, que hizo acto seguido, fue mandar un telegrama a su padre, que decía: “Querido padre, gracias por haber esperado a que naciera en 1924. Voy a casa con la medalla de oro que tú tendrías que haber ganado. Tu hijo que te quiere, Frank”. La segunda cosa que hizo fue devolver la pala al equipo canadiense, pero su entrenador se la regaló: “Te la quedas. La has ganado”. Años más tarde Frank Havens devolvería la pala al Museo Canadiense del Piragüismo en Peterborough, Ontario, donde sigue.

La pala con la que Frank Havens ganó el oro. Foto del Museo canadiense del piragüismo

Frank Havens compitió en otros dos Juegos Olímpicos más, llegando a ser un firme candidato para ser el abanderado de Estados Unidos en los Juegos de Roma 60. También participó en varios campeonatos nacionales de Canadá, la nación a la que debía tanto, ganándolos. Sigue siendo el único oro de su país en competiciones individuales de piragüismo olímpico. Su oro, sin embargo, supuso mucho más: por una parte una muestra de camaradería y espíritu olímpico -realizado, en este caso, por el equipo de Canadá- y, por otra, el regalo, el premio a su padre, que debió ser campeón olímpico, pero antepuso sus obligaciones familiares. Por cierto, la saga de palistas Havens continuó durante varias generaciones.

Frank Havens, oro en Helsinki 52

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