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MATTHEW MITCHAM: EL INESPERADO ORO OLÍMPICO SUPERANDO A LOS CHINOS EN PEKÍN 2008

Saltos de trampolín en los Juegos de Pekín 2008. Todo el mundo espera que los saltadores chinos copen todos los podios en todas las pruebas. Si ya lo suelen hacer, con más razón en “sus propios” Juegos. Pero se les escapa una medalla, además, un oro: el de la plataforma masculina. Lo consigue un saltador australiano que 15 meses antes había abandonado la práctica deportiva para dedicarse a la buena (en realidad mala) vida. Su propia federación casi le deja fuera. Y si finalmente acudió a los Juegos no era ni tan siquiera con aspiraciones de medalla. ¿Qué le hizo a Matthew Mitcham ganar el oro en la propia China? ¿Cómo llegó a tan privilegiada situación?

Realizando un recorrido en absoluto lineal, sino tortuoso. Ni siquiera los saltos eran su primera opción como deporte y si al final optó por ellos fue precisamente porque le podían ofrecer la oportunidad de ser olímpico. Mitcham en realidad se dedicaba desde niño a la gimnasia de trampolín, con la que consiguió títulos internacionales. De la forma más casual fue “fichado” por un entrenador de saltos, que vio en él cualidades -sin duda en gran parte gracias a su experiencia como gimnasta de trampolín- y pasó de trampolín a trampolín, combinándolos por un tiempo hasta que se dio cuenta de que había llegado el momento de optar por una opción. Previamente a ello este australiano había vivido ya de todo en su corta vida: hijo de madre soltera adolescente, abandonado por su padre, había pasado por penurias económicas hasta el punto de vivir durante seis meses sin luz en su casa materna por no poder pagar la factura. Era un niño solitario que, cuando contaba seis años, había sido abusado por otro de doce. Dedicó gran parte de su infancia a leer enciclopedias encerrado en el baño, muy lejos de la imagen que tenemos de un deportista.

A los 15 años Matthew Mitcham le confesó a su madre su condición homosexual. Por entonces estaba lejos de sospechar que acabaría convirtiéndose en un modelo a seguir para otros gays, principalmente en su país, gracias a su “salida del armario” justo antes de los Juegos de Pekín 2008. Pero sigamos con su carrera deportiva. Tenemos a un jovencísimo Matthew dedicado ya en exclusiva al deporte acuático. Aunque competía en todas las alturas y disciplinas estaba claro que su favorita era la de 10 metros, pese a producirle tremendos dolores en las muñecas, incluyendo quistes e inflamaciones hasta el punto de tener que inyectarle cortisona. En sus inicios tuvo a un durísimo entrenador chino (Hui Tong) que únicamente le indicaba sus defectos. Tanta crítica y ninguna alabanza le hundió. Matthew se sentía infeliz y comenzó su bajada a los infiernos. Fue entonces cuando se dio cuenta de que padecía depresión clínica y comenzaron sus (chuscos) intentos de suicidio. Se convirtió en una práctica habitual en él la automutilación con cortes en los brazos y muñecas, llegando a tener tres episodios graves. Eso no era todo, pese a ser deportista comenzó a una temprana edad a frecuentar clubes nocturnos, donde bebía y tomaba drogas recreativas. A eso hay que sumar ocho grandes ataques de pánico en plena adolescencia que fueron diagnosticados por los médicos como “desorden de ansiedad”.

Foto de Barbara Walton/EPA

Pese a todo este cuadro -claramente contrario a una carrera deportiva encauzada a llegar a ser olímpico- se le escapa la clasificación para los Juegos de Atenas por un único puesto en todas las categorías, ya que acabó en cuarto lugar en los trials de su país en todas las disciplinas. Un año después de los Juegos consigue su primera medalla internacional y, con ella, la escalada en el ránking. Pero no había abandonado los malos hábitos, puesto que se aficionó al éxtasis al cumplir los 18 años. No es de extrañar, pues, que acabara teniendo problemas de disciplina con su entrenador, que le dejaba fuera de las competiciones internacionales. Fue el principio del fin de su primera etapa como saltador: empieza a trabajar como camionero y abandona el deporte. Los siguientes seis meses después de tomar esa decisión son de desenfreno total en la vida de Matthew Mitcham, pero al cabo de pocos meses le vuelve a entrar el gusanillo de la competición. Tuvo mucho que ver en su vuelta a las piscinas un nuevo entrenador cazatalentos: el que había sido olímpico en Moscú 80 Chava Sobrino. Volvió con él pero sólo quedaban 15 meses para los Juegos de Pekín. Su vuelta no iba a ser del todo bien recibida. La federación no le quería (Hui Tong era uno de los seleccionadores nacionales) y Sobrino y el Instituto de Deportes de Nueva Gales del Sur tuvieron que luchar por su incorporación a la selección. Cuando ya estaba encarrilado por el buen camino recibe una llamada de su madre diciéndole que había tenido un serio intento de suicidio y “pidiéndole permiso” para volver a hacerlo. Le habían diagnosticado síndrome de Asperger.

No se preocupen que la situación del saltador mejoró. Mitcham se puso serio por una vez en su vida y dejó todos los vicios. Es verdad que por culpa de su mala situación financiera llegó a perderse entrenamientos por una razón tan banal como no tener dinero para el transporte, pero con el apoyo de su nuevo club deportivo y de la madre de una saltadora, que le ofreció un trabajo paralelo en una oficina con todo tipo de facilidades para poder entrenar, el futuro campeón pudo dedicarse al deporte como era debido. Gracias a ello por una vez en su vida Matthew se sentía feliz y sin depresión. Los ataques de pánico eran cosa del pasado. Los resultados deportivos fueron llegando y las mejoras técnicas con Chava (con detalles como juntar más las rodillas en la posición encogida) también. Aun así, parecía de locos soñar con una medalla, por no decir el oro, en Pekín 2008. Mitcham tenía en su programa olímpico de saltos una dificultad moderada, pero contaba con una buena ejecución. No estaba sólo la pareja de saltadores chinos para rivalizar con él, sino que había que contar con unos muy fuertes Tom Daley o el ruso Gleb Gasperin, el estadounidense David Boudia o el alemán Patrick Hausding. Ya en Pekín Mitcham le comentaba a su entrenador que ya el bronce sería más que suficiente para él. Su falta de ambición fue recriminada por Sobrino. Así no se podía ganar. En Pekín empezó en la disciplina de los 3 metros, pero se le dio mal. No importaba. Él era mejor en los 10 metros y la de 3m en realidad le serviría para entrar en el ritmo competitivo y quitarse los nervios de encima. En los preliminares de los 10 metros fue segundo, pero lejos del chino Zhou Luxin; en semifinales de nuevo segundo, esta vez por detrás del otro chino, Huo Liang. Ya en la final su puesto fue subiendo y bajando en la clasificación hasta llegar al último salto en segunda posición a 32.50 puntos del primero, Zhou, pero éste falló. Aun así, el australiano iba a necesitar dieces para superarlo. Su salto fue espectacular. Obtuvo cuatro dieces, dos 9.5 y un 9. Totalizó 112.10 puntos, la nota más alta en la historia olímpica en la plataforma de 10 metros. Había ganado el oro.

Mitcham se convirtió en una celebridad en su país. El hecho de haber dado a conocer su condición de homosexual poco antes le convirtió en muy popular entre la comunidad gay. Era “su” oro olímpico, el oro de ellos. La vida personal le sonríe pero tras el máximo logro deportivo empieza su caída en este aspecto. Esta vez fue atacado por las lesiones, que le tuvieron apartado con fuertes dolores durante meses en el siguiente ciclo olímpico. Ello hizo que volviera a bajar su autoestima y que regresaran las dudas y, con ello, el alcohol y las drogas, esta vez no en clubes sino a escondidas y con una peligrosísima incorporación: el cristal metoanfetamina, una sustancia que daña el cerebro, el corazón y los riñones y produce comportamientos violentos. En realidad, puede incluso llegar a matar. Increíblemente vuelven los buenos resultados (en 2010) y consigue otro de sus sueños: ser el nº1 del ránking mundial. Tanta competición le produce fracturas. Ya no iba a participar en todas las disciplinas de cara a la siguiente cita olímpica, sino que se iba a concentrar en los 10m, pero su carga de entrenamiento en un cuerpo no recuperado era tal que cuando participaba en competiciones lo hacía sin calentamiento. Finalmente, por no parar, se agrava su lesión. No iba a llegar al Mundial y estaba en el aire su clasificación olímpica. Llegados a ese punto decide ponerse serio (por segunda vez) y deja las drogas, incluso ingresa en un centro de rehabilitación.

Londres 2012: supuestamente está recuperado pero no al 100%. Su mayor problema, sin embargo, es la piscina en sí. Ésta estaba cubierta. Aparte de sentir cierta claustrofobia porque el techo estaba demasiado cerca de la plataforma de 10m no tenía suficiente luz. Además, la plataforma era demasiado gruesa respecto al centro de Sidney donde él entrenaba. Tampoco tenía al lado el trampolín de 5m, que siempre le servía como referencia al saltar. Las luces artificiales del centro acuático de Londres le desorientaban. Todo parecía estar en contra de poder lograr una buena actuación y así sucede. Queda 13º en las semifinales. A la final accedían los doce primeros.

Tras los Juegos de Londres llegó a plantearse volver al deporte de la gimnasia de trampolín. Lo que hizo fue abandonar la plataforma por la gran cantidad de lesiones que produce (no hemos comentado que en una ocasión un mal salto con una peor entrada produjo que le sangrara el pulmón) y volver a los 3 metros, pero no llegó a completar el siguiente ciclo olímpico. Sigue siendo uno de los deportistas más admirados de su país por el increíble logro de ganar un oro a los saltadores chinos en el propio Pekín y, por descontado, un héroe para la comunidad gay.

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