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LAMAR ODOM: EL MEDALLISTA TRAMPOSO QUE LLENÓ SU VIDA DE EXCESOS

Turno de hablar de otro chico malo del deporte. Su nombre es sinónimo de escándalo y su vida el ejemplo de cómo no hay que llevarla, sobre todo si uno se va a dedicar al deporte. El jugador de baloncesto Lamar Odom lleva años siendo una fuente inagotable de noticias escabrosas, en contraste con sus capacidades deportivas que le han llevado a ganar dos campeonatos de la NBA, ser votado como el Mejor Sexto Hombre de esa misma liga, proclamarse campeón del Mundo en 2010 y medallista olímpico -de bronce- en los Juegos de Atenas 2004.

Precisamente su medalla olímpica ha sido puesta en entredicho por él mismo al declarar ahora, quince años más tarde, que realizó trampas para poder pasar los controles antidopaje (que no existen en la NBA). Sabedor de que no podría pasarlos limpiamente el ex jugador confiesa en su autobiografía “De la oscuridad a la luz” el recurso utilizado: hacerse con un pene artificial y llenarlo con la orina de uno de sus entrenadores. Pero ese bochornoso capítulo no es sino uno más de los múltiples que ha protagonizado y que probablemente son más de los que intentaremos aquí resumir.

Seguramente todo empezó antes incluso de nacer él y todo siguió torciéndose con el paso de los años. Su padre era heroinómano; su madre murió cuando él contaba doce años; su hijo murió a los seis meses de edad a causa del síndrome de muerte súbita infantil. Si la vida de Lamar Odom nunca fue bien encarrilada (en sus estudios, sin ir más lejos, sacaba malas notas) acabó de perder el rumbo con 24 años cuando la muerte de su hijo provocó el detonante de su afición a las drogas.

Foto de Nathaniel S. Butler/Getty Images

Las drogas no eran el único vicio de Odom: adicto al sexo, al alcohol y a los estimulantes sexuales, el ala-pívot combinaba una evidente popularidad en los vestuarios de los equipos de los que formó parte -donde siempre era la persona optimista inspiradora- con una vida escandalosa que protagonizó sus propios programas de tele-realidad. Durante años ha provocado -nos atrevemos a usar el tiempo pasado aun a sabiendas de que dudamos de que no repita errores del mismo en el futuro- episodios delictivos, con detenciones por conducir ebrio y bajo los efectos de las drogas; se vio envuelto en una discusión en la que se llegaron a realizar disparos a la salida de un restaurante y un largo etcétera. Todos esos hechos han puesto en duda no solo su carisma y profesionalidad, sino también en peligro severo su propia vida. Como en aquel episodio en que cayó inconsciente en un burdel después de tres días seguidos de excesos de todo tipo. Tras ser hospitalizado y mientras estuvo en coma llegó a sufrir seis ataques cardiacos y ¡doce! derrames. Superó el episodio y sobrevivió, pero no aprendió la lección. Siguió consumiendo cocaína a diario y abusando del alcohol. Dos años después del más grave de sus incidentes aún protagonizó otro, cayendo al suelo de una discoteca bebido.

Nos parece increíble que estemos hablando en estos términos de un deportista, es más: de un deportista de élite y, lo que es aún más grande: de un medallista olímpico. Es evidente que Lamar Odom está en las antípodas de ser un ejemplo para la juventud amante del deporte y nos preguntamos si, ahora que ha confesado su trampa durante los Juegos de Atenas y que ha reconocido haberse dopado en los mismos, el COI no debería retirarle su medalla de bronce. Una medalla olímpica que debería ser ganada únicamente gracias al esfuerzo, trabajo, habilidades y capacidades de un deportista. Sin duda Lamar Odom poseía grandes capacidades para el baloncesto pero las enterró cubiertas de la basura con la que quiso rodear su vida.

Foto de Garrett Ellwood/NBAE via Getty Images

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