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ALBERTO BRAGLIA O CÓMO SOBREVIVÍAN LOS CAMPEONES EN LOS ALBORES DEL OLIMPISMO

Los atletas de los albores del deporte lucharon más que nadie por ser no ya reconocidos en su labor, sino poder desarrollarla para su subsistencia. Eso le ocurrió al gimnasta Alberto Braglia, el primero en proclamarse campeón olímpico individual.

Braglia había nacido en el lejano 1883 en un pueblecito de Módena, quinto de los seis hijos de un humilde obrero. A los 12 años se une al club gimnástico Panaro, al que permanecería fiel toda su vida. Empieza a despuntar en la especialidad de caballo con arcos y las competiciones en las que participa se van sucediendo. Su “boom” se produce en los llamados Juegos Intermedios de Atenas de 1906, que no cuentan para el COI, pero le proporcionaron tanta fama hasta el punto de ser recibido a su vuelta por el entonces rey Víctor Manuel III, así como la reapertura en su honor de una antigua puerta de entrada a los muros de la ciudad, y asimismo premiado con un puesto de trabajo como operario en la Manufactura de Tabacos. Eran otros tiempos.

Al poco Alberto Braglia participa en otros Juegos reales: los de Londres 1908. En ellos se ganó los calificativos de “perfecto”, “maravilloso” e “insuperable”, subrayado por los jueces del campeonato. Por aquel entonces no se disputaban medallas por aparatos, en las que el italiano habría –supuestamente- arrasado, pero Braglia sí gana el oro individual. Dicho metal lo repetiría en los siguientes Juegos, los de Estocolmo 1912. En ellos además tuvo el honor de ser el abanderado italiano, además de una estimable medalla por equipos. Pero antes el héroe de Estocolmo 1912 tuvo que luchar para poder competir, ya que tras su primer oro Braglia participó en varias exhibiciones públicas para poder ganar algo de dinero, lo que le convertiría en “atleta profesional”, condición que le impedía participar en unos JJ.OO. En una de dichas exhibiciones se rompió en una ocasión la espalda y varias costillas. Era uno de sus espectáculos en el que ya era llamado el “Torpedo humano”. El circo podía mantener a Braglia, algo que no conseguía con la gimnasia.

Dos años después de su grave caída y recuperada su condición de amateur consigue participar en los Juegos ya mencionados de Estocolmo donde acabaría de forjarse como leyenda. Con ello se convierte en el primer gimnasta en ganar dos títulos individuales consecutivos, algo que no se igualaría en los siguientes 40 años.

Pero la gloria olímpica no daba de comer a Alberto y su familia, por lo que no le quedó más remedio que volver al mundo del espectáculo en 1914 con el número de variedades acrobático Fortunello y Cirillino. El zar de Rusia y la familia real de Inglaterra se encuentran entre los espectadores que lo vieron actuar en directo. El éxito es tal que viaja a Estados Unidos con un sueldo de 500 dólares semanales, dinero con el cual se compró un bar y una granja que lamentablemente las bombas de la Guerra Mundial destruyeron, así como sus casas. Malos tiempos para el gimnasta, que también entra en una gran depresión por la muerte de su hijo de cuatro años.

Su última gloria olímpica la consigue como entrenador del equipo italiano de gimnasia artística en los Juegos de Los Ángeles 1932, en que consiguió sorpresivamente una preciada medalla.

Tras la guerra Braglia perdería el resto de su dinero en la crisis de los años 30. Tuvo que trabajar de bedel en un colegio, guardia del gimnasio donde empezó a entrenar y un sinfín de trabajos humildes. Es por eso que la antigua leyenda de la gimnasia acabaría muriendo en la pobreza, de una trombosis justo después de que el Comité Olímpico Italiano le asignara una modesta pensión. Pensión concedida gracias a que le reconoció, indigente en un hospicio, un periodista, que consiguió a su vez convencer al ayuntamiento de Módena a proporcionarle una pequeña cantidad mensual. Eso sí: a su funeral acudieron 20.000 personas y se le dedicó un estadio –el de Módena- que porta su nombre y que ha albergado grandes acontecimientos, como un concierto de los U2.alberto braglia

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