Momentos Olímpicos Mágicos

MOMENTOS OLÍMPICOS MÁGICOS 104: LA CURIOSA PRIMERA FINAL OLÍMPICA

Ya hablamos en Historias de los Juegos del que fuera el primer campeón olímpico de la historia de los Juegos modernos, el estadounidense James Connolly Esta vez nos centraremos en cómo se produjo esa final en la que se proclamó al primer campeón olímpico en Atenas 1896, esto es, la final del triple salto (masculina, porque hubo que esperar exactamente un siglo, en los Juegos de Atlanta 96, para que se incorporara la categoría femenina). Y hablamos de esa final porque fue curiosa en extremo.

Para empezar, la prueba aún carecía del nombre “triple salto”, sino que se denominaba “batida, zancada y salto”. Las curiosidades siguen, pues los saltadores sólo tenían una única oportunidad para saltar. Se lo jugaban todo a una carta. La prueba, celebrada el 6 de abril -mismo día de la ceremonia inaugural- contaba tan solo con siete competidores. Seguimos con las curiosidades: pueden pensar que la mayoría de las pruebas de esa primera edición olímpica -recordémoslo, que tuvo lugar en Atenas- estarían basadas en pruebas rescatadas de los Juegos Olímpicos de la antigüedad. Sin embargo, aunque no hay un origen claro de la prueba de triple salto, parece ser que no surgió en Grecia, sino en Irlanda, concretamente en los Juegos Gaélicos. Durante años del siglo XIX esta prueba no tenía reglas fijas habiendo dos diferencias básicas: los irlandeses usaban la misma pierna para saltar mientras que sus “primos” escoceses usaban la misma pierna en los dos primeros saltos cambiando a la otra en el tercero. Hasta los Juegos de 1908 los saltadores podían elegir de qué forma saltar, si “a la irlandesa” o “a la escocesa”. La evolución durante ya el siglo XX fue notable, pero no nos ocuparemos de la misma esta vez.

James Connolly

El caso es que la final de Atenas 1896 se desarrolló de la siguiente manera: Le tocó saltar primero al local Ioannis Persakis, que lograría una marca de 12.52 metros. La alegría del heleno duró poco, pues sería superado por el francés Alexandre Tufferi con una marca de 12.70 metros. Sin embargo, descubrimos ya que el atleta local lograría el tercer puesto que no la medalla de bronce porque en esos Juegos aún no se premiaba a los terceros clasificados. El galo conseguiría el segundo puesto y el citado James Connolly (de origen irlandés, por cierto), el primero al lograr una distancia de 13.71 metros. En su caso eligió saltar dos veces con su pierna derecha y volar aterrizando con los dos pies juntos. Un estilo aún por pulir y definir pero que le valdría la victoria.

En los anales del Comité Olímpico Internacional sólo consta la marca del cuarto clasificado, además de las citadas. Deducimos que el resto, hasta completar los siete participantes, realizarían un salto nulo. Por cierto, que estaban inscritos en la prueba otros cuatro atletas (un húngaro, un francés y dos alemanes), pero no llegaron a participar. Connolly, el vencedor, recibiría una corona de olivo y una medalla de plata mientras que a Tufferi se le entregaría una corona de laurel y una medalla de bronce. El griego Persakis tendría que contentarse con un diploma.

Estaba presente en la prueba contemplándola Pierre de Coubertin. Aunque imaginamos que hubiera preferido una victoria de su compatriota galo lo cierto es que que venciera un atleta llegado del otro lado del océano suponía el grado de internacionalidad de los Juegos y que los tres primeros clasificados correspondieran a tres nacionalidades distintas corroboraba esa internacionalidad que buscaban los recién nacidos Juegos Olímpicos. Curiosamente, ningún irlandés participó tan siquiera en la final olímpica y eso que contaba con numerosos saltadores a finales del siglo XIX con marcas destacables, saltando por encima de los 15 metros, como hicieran Dan Shanahan, Pat Leahy o Tom Kiely.

Contemos una última curiosidad: el hermano del tercer clasificado participó en las pruebas de gimnasia de esa edición olímpica quedando segundo por equipos y tercero en anillas.

El segundo y el tercer clasificados

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