Heroínas olímpicas,  Los otros olímpicos

RUSTY KANOKOGI: LA INTRODUCTORA DEL JUDO FEMENINO EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS

La adolescencia de Rena Glickman no hacía en absoluto prever que se convirtiera en una pionera del deporte ni tan siquiera en deportista de importancia. Vivía en un mal barrio de Nueva York, en el seno de una familia desestructurada y con pocos recursos. Podríamos afirmar directamente que Rena pasaba el tiempo en las calles buscándose problemas. Había formado una banda de chicas a las que pusieron el nombre de Apaches. Se peleaban a la menor ocasión. Paralelamente se entrenaba dando golpes a un saco de boxeo en un gimnasio después de la escuela porque por aquel entonces las niñas no podían practicar deportes en el colegio. Rusty, pues así ya la apodaban por aquel entonces, tenía demasiada energía dentro de sí. El consejo de un amigo cuando contaba 19 años de canalizar esa energía en el deporte del judo resultaría decisivo en su vida. Este arte marcial la ayudaría a tener un mayor autocontrol. El judo era la actividad que estaba esperando, la que la cambiaría y transformaría su “energía negativa” en “positiva”.

Recibiendo 50 años más tarde la medalla que tuvo que entregar

Rusty entró a formar parte de un club local en la que aprendió las bases del judo. Era la única chica y, por ello, el centro no quería admitirla de entrada. Fue su persistencia -cualidad generalizada y casi podemos decir que obligatoria que encontramos en todas las pioneras del deporte- la que la hizo no rendirse hasta por fin entrar en el club. Aun así, no todos allí la aceptaron por el mero hecho de ser mujer. Algunos compañeros le rompieron diversos huesos pero eso tampoco frenó a la joven, que cada día iba mejorando hasta convertirse en una de las mejores judocas de su grupo. Tanto es así que fue seleccionada para competir en los campeonatos estatales (estamos en 1959). Su entrenador, temiendo que pudiera ser excluida por ser mujer, la pidió cortarse el pelo. Ella misma decidió vendarse el pecho. A lo que se negó fue a cumplir la petición de realizar combates nulos para no llamar demasiado la atención. Eso era algo que Rusty y su afán competitivo no podían tolerar, así que combatió para ganar y así lo hizo. Al descubrirse finalmente que era una mujer la obligaron a renunciar a su medalla para, de esta manera, no descalificar a su equipo. Rusty obedeció y sólo la friolera de 50 años más tarde recibiría por fin esa medalla, la ganada en justicia sobre el terreno de juego.

Lejos de amilanarse por este contratiempo, Rusty quiso profundizar en el deporte del judo. Qué mejor manera que ir a la mejor escuela del mundo: el Kodocan sito en el propio Japón. Por aquel entonces admitía a mujeres, pero tenían que entrenar y aprender aparte, separadas de los hombres. Pronto demostró que su nivel era demasiado alto para sus contrincantes así que, por primera vez, se la permitió entrenar con los hombres. No tardó en ascender de dan. Y fue allí además donde conoció al que se convertiría en su marido, Ryohei Kanokogi.

Como entrenadora en Seúl 88

De vuelta a Estados Unidos luchó en diversos frentes: enseñando y entrenando a mujeres y pagando de su propio bolsillo la creación del primer Mundial femenino, realizado en 1980 en el Madison Square Garden de Nueva York. Para ello no dudó en hipotecar su casa. Su siguiente lucha tuvo mucho que ver con el olimpismo, pues Rusty Kanokogi se empeñó en que el judo femenino entrara a formar parte del calendario olímpico. ¿Dudan de que lo consiguiera? Conociendo su carácter luchador pueden imaginarse que lo logró. Nuestra protagonista llegó a amenazar al COI con demandarles si no lo introducían. Finalmente entró como deporte de exhibición en los Juegos de Seúl 88, donde ella misma intervino como entrenadora principal del equipo olímpico femenino de Estados Unidos, y de forma oficial en la siguiente cita olímpica de Barcelona 92.

Si tenemos que seguir hablando de sus logros podremos añadir que fue la primera mujer en obtener el cinturón negro de séptimo dan. Desde que volviera de Japón a Estados Unidos persiguió un objetivo central: acabar con la discriminación de las mujeres en el mundo del judo y dar reconocimiento a las mujeres judocas. Para ello pasó horas y horas al teléfono, escribiendo cartas, yendo a oficinas y un largo etcétera de acciones, incluyendo legales, para por una parte conseguir financiación para desarrollar el judo practicado por mujeres y por otra parte acabar con eventos discriminatorios en su deporte.

Rusty Kanogogi acabaría recibiendo con el tiempo no solo esa medalla ganada y entregada en su juventud, o la Orden del Sol Naciente, o entrar en el Salón de la Fama Internacional Judío. Rusty consiguió el reconocimiento de ser considerada el motor de arranque del judo femenino. Sin ella éste se habría acabando de desarrollar, sin duda, pero lo habría hecho más tarde. Esta pionera fue enterrada con un epitafio en su tumba que resume muy bien su vida: “Samurai americana”.

Foto de Peter Perazio

Un comentario

  • Virginia

    ¡A ver cuándo se deja de discriminar de esa manera y sólo se juzga por la valía!, esta gran mujer tendría que haber conseguido más cosas y no pudo.

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