Concienciados olímpicos

DOS MEDALLISTAS OLÍMPICOS QUE SE SALVARON EN EL HUNDIMIENTO DEL TITANIC: UNO DE FORMA HEROICA Y OTRO DE FORMA COBARDE

Dos olímpicos sobrevivieron al hundimiento del Titanic. Ambos fueron medallistas, pero por lo demás, en nada se pareció la traumática experiencia que vivieron y cómo reaccionaron ante ella. Del primero que hablaremos diremos que se trata de un noble británico llamado Cosmo Duff-Gordon, quinto barón de Halkin. Viajaba en el celebérrimo trasatlántico junto a su mujer y su secretaria. Había sido ya olímpico, obteniendo la medalla de plata en esgrima, en la modalidad de espada por equipos, pero posteriormente el COI no le reconoció dicho honor, puesto que tuvo lugar en los Juegos de 1906, no reconocidos por el máximo organismo olímpico, pero sí que siguió relacionado con el olimpismo al organizar el equipo británico de esgrima que participaría en los Juegos de 1908, así como que formó parte del comité organizador de los Juegos. Se trataba de un personaje aristocrático que había estudiado en la elitista escuela de Eton y que estaba relacionado con el deporte, habiendo cofundado la Liga Londinense de Esgrima y era miembro de diversos clubes deportivos. Como profesión era magistrado y tenía un cargo en la Policía de Aberdeen. Duff-Gordon se había casado con una diseñadora de ropa y el matrimonio se dirigía a Nueva York para establecer negocios relacionados con su esposa.

Cosmo Duff-Gordon, segundo por la izquierda

Duff-Gordon, que viajaba en 1ª en el malogrado buque, tuvo un comportamiento bochornoso según varios testigos, cuyas consecuencias le atormentarían el resto de su vida. Subió junto a su mujer y su secretaria, así como un total de doce personas (entre ellos siete de la tripulación) a uno de los botes salvavidas. La cuestión es que estos botes podían contener hasta 40 personas, pero se dice que el aristócrata inglés sobornó a la tripulación para que no dejaran subir a más pasajeros, temerosos de que ello pudiera provocar un hundimiento del bote. El propio Duff-Gordon nunca negó que ofreciera cinco libras por cabeza, pero en lugar de considerarlo un soborno lo hizo en calidad de “pago compensatorio” al saber que la tripulación había perdido todas sus pertenencias en el Titanic. Se le acusó también de haberse saltado la norma de “mujeres y niños primero”, aunque posteriormente declararía que no habían visto en las cercanías ni a mujeres ni a niños a los que rescatar. Tras su rescate fue investigado por la Junta Británica de Comercio, además de serlo por Scotland Yard, que le eximieron de cualquier culpa no recibiendo sanción alguna. No obstante, no pudo evitar acarrear de por vida el apodo de “el cobarde del Titanic” e incluso su comportamiento fue reflejado en el famoso film de James Cameron. El propio Duff-Gordon escribió que los hechos y las feroces críticas que recibió le causaron presión y ansiedad el resto de su vida.

Richard Norris en los Juegos Olímpicos de 1924

Otro olímpico que comparte con el tirador de esgrima haber sido reflejado en la película de Cameron pero por un comportamiento totalmente opuesto fue el tenista Richard Norris Williams. Nacido en Ginebra y con doble pasaporte suizo-estadounidense veremos cómo después despuntó tanto hasta llegar a convertirse en campeón olímpico. Pero en 1912 le encontramos en el Titanic, donde viajaba junto a su padre rumbo a Estados Unidos para jugar una serie de torneos antes de ingresar en la prestigiosa universidad de Harvard. También viajaba en 1ª clase. Poco después de la colisión con el iceberg el tenista protagonizó uno de los episodios más recordados del hundimiento. En medio de un pasillo encontró a un miembro de la tripulación intentando abrir la puerta de un pasajero, que se encontraba atrapado. Richard Norris consiguió abrirla, destrozándola al golpearla con su hombro. Ante ello el miembro de la tripulación le amenazó con recibir una multa por destrozar material perteneciente a White Star Line. Ese fue sólo el principio de su peripecia.

Después de este incidente -reflejado en el premiado largometraje de Cameron-, acudió con su padre al gimnasio del buque para mantenerse en caliente en las bicicletas estáticas del gimnasio. De esta forma “Dick” Norris permaneció junto a su padre en el Titanic hasta casi el final, pero una chimenea del barco cayó sobre su padre, matándole. Además, dicha caída provocó una gran ola que alejó a Dick Norris varios metros hasta un lugar donde dio con un trozo de madera al que se agarró. Se trataba de un pequeño bote de emergencia que resultó ser el último en ser rescatado. No se encontraba solo. De la treintena de personas que trataban de salvarse sólo acabaron haciéndolo una docena, hasta que por fin fueron rescatados por el barco “Carpathia”. Entretanto Norris había tenido sumergido su cuerpo en el agua helada hasta las rodillas durante seis horas. Intentó pedirle a un hombre con sombrero que le ayudara a subir al bote para poder sacar del agua sus heladas piernas, pero aquél no lo hizo porque se pensaba que quería robarle el sombrero. Cuando fue rescatado los signos de su hipotermia eran tales que el médico que le vio recomendó su inmediata amputación, a lo que se negó nuestro protagonista, alegando una frase que ha quedado para la historia: “Voy a necesitarlas”. Y vaya si las necesitó. Sólo dos meses más tarde ganó, en la modalidad de dobles mixtos, el campeonato de Estados Unidos (actual US Open). Meses más tarde seguiría su racha de victorias en Copa Davis, Wimbledon, US Open, etc. hasta llegar a su oro olímpico en los Juegos de París de 1924, de nuevo en la modalidad de dobles mixtos (aunque sus títulos previos los había conseguido en todas las modalidades, incluyendo la individual) En la final olímpica, cuando contaba ya con 33 años, molestias en su tobillo casi le obligaron a retirarse, pero le confesó a su compañera que habiendo sobrevivido al Titanic y tras combatir en la I Guerra Mundial (pues se alistó logrando condecoraciones por su papel destacado en el frente francés) tenía que seguir sobre la cancha…para acabar venciendo el título olímpico.

Dos olímpicos en el Titanic que representan las dos caras de la moneda en cuanto a su comportamiento durante el hundimiento.

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