TANIA LAMARCA, ORO EN GIMNASIA RÍTMICA EN ATLANTA 96: “NO ESPERÁBAMOS EL ORO PERO SÍ ÍBAMOS A POR ÉL”
Tania Lamarca es una de las componentes de las célebres “niñas de oro” de la gimnasia rítmica española que lograron el recordado oro en conjuntos en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96. Introducida en este artístico deporte desde muy niña -5 años- cuando los padres se dieron cuenta de que era una niña vital con necesidad de practicar algún deporte, no tuvo un camino fácil para llegar al equipo nacional, siendo rechazada en su primer intento: “Me convocaron para una prueba para entrar en el equipo nacional, a tres gimnastas de mi club [de Vitoria]. Teníamos que ir a Madrid a hacer una especie de examen. Yo salí muy satisfecha de la prueba, pero cogieron a mis dos compañeras y a mí me dijeron que no me podían coger por “pequeñita”, no llegaba a la altura mínima exigida para entrar en el equipo nacional”. Eso fue como un jarro de agua fría para la alavesa: “Pensé que iba a dejar la gimnasia porque ya no podría entrar en el equipo nacional y ya no podría optar a ir a un Mundial y mucho menos a unos Juegos. Con la ayuda de mis entrenadores y mis padres continué. Fue un aprendizaje para mi vida de ahora porque viví lo que a día de hoy aplico: recordar por qué hacemos las cosas y no pensar en la meta sino realmente en lo que nos aporta lo que hacemos, sin intentar conseguir llegar a la meta o no. Eso es lo que hice: seguir disfrutando de la gimnasia y volvió a llegar una segunda oportunidad. Me convocaron para estar esta vez una semana en Madrid para ver cómo yo entrenaba día a día y después de eso me eligieron”.
A partir de entonces una jovencísima Tania empezó una nueva y muy diferente etapa en su vida que culminaría con el oro olímpico, pero no debemos olvidar otras valiosas medallas en el camino hacia Atlanta: 5 en Mundiales (2 oros y 3 platas) y otras tantas en Europeos (2 platas y 3 bronces, dos de estas medallas ya después de los Juegos). Tania vivió durante meses concentrada en un chalé de las afueras de Madrid con sus compañeras de selección y la propia seleccionadora -Emilia Boneva-. Se ha hablado mucho de la dureza de la citada entrenadora búlgara y las exigencias especialmente en el peso y la alimentación de las gimnastas. Muchas pinceladas y anécdotas de esos meses vividos los reflejó la propia Tania años más tarde en su libro “Lágrimas por una medalla”, pero la ex gimnasta quiere quitar hierro al asunto de la posible dureza en esa vida para unas niñas y habla más de “esfuerzo” que de “sacrificio”: “Es verdad que la preparación de los Juegos fue dura, pero no por los entrenamientos en sí. Yo estaba acostumbrada a entrenar mucho y realmente estaba haciendo algo que me gustaba. Cuando cuento en mi libro la dureza, no es porque crea que ha sido un sacrificio enorme o que crea que ha sido algo exagerado, sino porque creo necesario que la gente sepa que para llegar a algo tan grande como unos Juegos Olímpicos hace falta que el camino que recorremos sea duro y sea con esfuerzo. Hoy en día la gente joven está acostumbrada a la inmediatez, a conseguir todo rápido y no se ve el sacrificio y el esfuerzo. Para mí la dureza en la preparación de los Juegos fue más el distanciamiento con mi familia. Todo lo que conllevaba la parte emocional para mí fue muchísimo más dura que la parte física, que era entrenar un deporte que a mí me apasionaba y que estaba encantada de vivir, pero sí que es verdad que fue una etapa dura y con muchos esfuerzos que hacer para conseguir lo que queríamos, que era una medalla en unos Juegos Olímpicos”.
Situémonos ya en Atlanta, la que iba a ser la primera y única experiencia olímpica de ese grupo de niñas: “En Atlanta éramos las “niñas” y siempre teníamos que ir a todos los sitios acompañadas. Siempre estábamos controladas por nuestras entrenadoras, no podíamos estar solas. Al volver de la inauguración hubo un poco de desastre; nos montamos en autobuses y no sabíamos dónde estábamos; nos dolían muchísimo los pies por los tacones. La “vuelta a casa” tras la ceremonia fue un poco como el “sálvese quien pueda”. La inauguración fue la experiencia más increíble que viví pero la vuelta a casa fue ´rara´”. Aunque en realidad los Juegos en el aspecto meramente deportivo no se diferenciaban de un Mundial o incluso un Europeo al competir los mismos equipos “la repercusión de los Juegos hacía que yo me sintiera una deportista de primera. Parecía que la gimnasia siempre era un deporte de segunda. En los Juegos de repente todo se iguala y todo el mundo lucha por lo mismo. Para mí fue una sensación increíble vivir al lado de deportistas que yo tenía admirados. Estar de igual a igual hace que tu deporte de repente coja una dimensión que no había tenido antes”, nos confiesa Tania Lamarca.
En Atlanta 96 las mayores rivales de las españolas eran las rusas y las búlgaras. Tenían que fallar éstas y ellas hacerlo de forma perfecta. El equipo español basó su triunfo en el mayor grado de dificultad de sus ejercicios, una táctica de mucho riesgo: “Nuestro triunfo se basó en confiar en que nuestros ejercicios tenían muchísima más dificultad. Emilia y María [Fernández Ostolaza] optaron por aquello, creyeron que éramos capaces de hacerlo. Podía salir bien o podía salir mal, porque teníamos mucha dificultad y podíamos fallar. Un pequeño fallo habría tirado por la borda todo el trabajo, pero confiaron en nosotras y en nuestro trabajo y eso fue lo que hizo que las décimas de diferencia fueran a nuestro favor. Conseguimos hacer bien el ejercicio, no perfecto, porque no salió perfecto, pero la dificultad hizo que rascáramos aquellas centésimas que hicieron que nos lleváramos el oro”. Superar a potencias como las citadas de Europa del Este, muy asentadas a nivel internacional, en un deporte que depende de las puntuaciones de los jueces no es en absoluto fácil, pero las españolas se sintieron con posibilidades de superarlas: “El oro no lo esperábamos pero sí íbamos a por él. Es verdad que el primer día de competición íbamos segundas y cualquier medalla nos valía, pero luego a nivel privado las chicas sí decíamos que queríamos un oro porque habíamos trabajado para llevarnos un oro, un oro que se nos había quedado sin ganar en otros campeonatos. Sin esperarlo, luchábamos por él”.
Tras ese oro llegó el reconocimiento a unas deportistas en una modalidad de la que se hablaba poco por entonces: “Sí que es verdad que fuimos pioneras y que en aquel momento fuimos un “boom”. También lo vivimos así. Es verdad que fueron otros tiempos, que no es como ahora, que todo tiene una repercusión mediática muchísimo más fuerte, pero yo siempre me he sentido muy querida, a nivel del deporte que era, porque era un deporte minoritario y no de masas. Pasa el tiempo y siento mucho el cariño que nos tienen y que nuestra medalla siempre es recordada. Es el único oro que hay en la gimnasia rítmica española. ¿A nivel de instituciones? Eso es más difícil; era otra época y ha sido siempre más complicado. El Comité Olímpico Español siempre ha estado muy cerca mío, a nivel personal. Yo siempre he sentido ese cariño y esa protección por aquella medalla”. Tania tiene claro que mereció la pena el “sacrificio”: “No lo dudo ni un segundo. No me gusta la palabra “sacrificio”. Creo que hay que hacer esfuerzos para conseguir algo, pero no creo que haya que sacrificar nada. Yo no considero que haya sacrificado nada por hacer gimnasia o por haber conseguido una medalla. Creo que he cambiado cosas: en vez de tener una adolescencia “típica” tuve una adolescencia distinta en la que creo que aprendí un montón de cosas, viajé por el mundo y absorbí una serie de cosas con 16 años que si no llega a ser por el deporte no lo hubiera hecho. Sí que es verdad que hubo que hacer muchos esfuerzos, pero no sacrifiqué nada porque todo lo que no hice por hacer deporte lo pude hacer después. Da igual que no hubiese conseguido el oro, la vida deportiva me habría merecido la pena porque hoy soy lo que soy gracias a lo que hice cuando era pequeñita y a todo lo que me enseñó el deporte con tan poquita edad”. También tiene claro que para conseguir éxitos deportivos (y en la vida) es necesario trabajar teniendo una buena relación -en su caso- con sus compañeras: “Si potencias unas buenas relaciones entre un equipo de trabajo, entre una familia, eres más feliz y cuando eres más feliz, obtienes mejores resultados en todo lo que haces. Conseguir un fin común es lo que nos unió”.
Y llegó la inesperada retirada, demasiado joven y de improviso. No siguió en el equipo por no cumplir con un peso exigido: “El día de mi retirada fue el peor de mi vida. Tenía 16 años. Yo había planeado retirarme en el Mundial de Sevilla del 98, pero no llegué. Mi vida después de la gimnasia al principio fue durísima. La retirada fue muy complicada. Sentí un abandono por parte de todo el mundo del deporte y ese abandono hizo que yo me sintiera perdida. No sabía qué hacer con mi vida y es cuando mi familia y mis amigos tiraron del carro y ahí me di cuenta de dónde tenía los cimientos bien hechos. Estuve con depresión dos años. Superamos ese año anímico muy complicado y poquito a poco fui a montar mi vida”. Tras la retirada, Tania se desvinculó totalmente del deporte, pero luego volvió para sacarse el título de entrenadora nacional, aunque pronto se dio cuenta de que ser entrenadora no era lo suyo: “Yo quería ayudar a la rítmica, pero desde otro lado, desde el lado emocional y desde el lado psicológico, que es lo que a mí me gusta y en eso estoy”. La campeona olímpica ve la situación actual de la rítmica española muy semejante a la que se vivió tras su oro en Atlanta 96: “Después de Río ha habido un vacío como lo hubo después de Atlanta. Creo que después de una medalla olímpica hay que estar preparado, o tener motivado al equipo para que continúe o tener un equipo totalmente renovado esperando a salir a pista y esa renovación cuesta y estamos en esa época de volver otra vez a coger nuestro sitio”.