Uncategorized

SHŪHEI NISHIDA Y SUEO ŌE: PROTAGONISTAS DE UNA DE LAS HISTORIAS OLÍMPICAS MÁS BELLAS DE AMISTAD

Esta es una historia de esas que dejan un buen sabor de boca, una sonrisa y el convencimiento de que queda gente buena en el mundo y, en este caso, en el mundo del deporte y del olimpismo. Años de preparación y lucha, horas y horas de entrenamiento, lesiones, viajes y sacrificios. Todo ello es lo que necesita un deportista para llegar a un podio y, por tanto, podría llevarnos a pensar que tanto esfuerzo no se pondrá en peligro por una “simple” amistad. Los japoneses Shūhei Nishida y Sueo Ōe nos demostraron con sus hechos que hay cosas que están por encima de otras, incluso de una (prestigiosa) medalla olímpica.

Los hechos ocurrieron en los Juegos de Berlín 36. Ambos eran pertiguistas, compañeros en la selección nipona. Nishida ya había conocido la gloria de un podio olímpico, pues en la anterior cita, la de los Juegos de Los Ángeles 32, subió al segundo cajón para colgarse la medalla de plata. Ōe, por su parte, era cuatro años más joven. Los Juegos de Berlín iban a suponer el comienzo de su carrera a gran nivel internacional.

25.000 espectadores seguían en directo la final del salto con pértiga en el estadio olímpico de Berlín. Cinco atletas habían llegado a la etapa final, alcanzando todos la entonces impresionante altura de 4 metros y 15 centímetros. El día estaba fresco y la tarde, repentinamente, se volvió oscura. A partir de esa altura los atletas iban a saltar con luz artificial. El estadounidense Bill Graber fue el primer eliminado de los cinco pertiguistas. Fue el único de ellos en no superar los 4m 15cm. La altura se subió entonces a los 4.35, que superó el también norteamericano Earle Meadows. Otro compatriota suyo (Bill Sefton) y los dos citados japoneses no pudieron con esa altura. Meadows se alzaría, pues con el oro.

La llamada “medalla de la Amistad”, con las dos mitades fundidas

Quedaban tres hombres para las dos medallas restantes. Igualados, debían participar en un desempate que aclaraía las posiciones finales. El estadounidense Bill Sefton, el tercero en discordia, falló, mientras que los compañeros Ōe y Nishida sí que superaron el listón. Plata y bronce para ellos, mientras que Sefton no subiría al podio. ¿Pero a quién correspondería la plata y a quién el bronce? Urgía un nuevo desempate, esta vez sólo entre los dos asiáticos. Ante la sorpresa de todos los presentes, ambos se negaron a desempatar. La amistad que les unía les impedía competir por ver quién de ellos superaría al otro. Concepto que si nos permite decir es contradictorio en sí mismo, siendo ambos participantes en una competición deportiva. Pero la amistad estaba por encima de su ambición por ganar una medalla de un metal más valioso que el otro. La cuestión que se planteó era peliaguda. Las discusiones para llegar a una solución se alargaron. Se le dio al propio equipo japonés la prerrogativa de decidir quién se llevaría de los dos la medalla de plata -y, por consiguiente, quién la bronce- y se llegó a una conclusión final: Nishida sería el que se llevaría la plata por haber saltado antes que su compañero Ōe. Esta solución no resultó satisfactoria para ninguno de los dos atletas. Toda su competición está recogida, por cierto, en la célebre película documental “Olympia”, de Leni Riefenstahl.

La historia no acaba en esta anécdota, sino que avanza hasta desembocar en una “solución” singular encontrada por ambos atletas que nos demuestra el valor de la amistad. Tenemos a Nishida y a Ōe de vuelta a su país, descontentos con la decisión final. Acuden a un joyero para dividir las dos monedas en dos mitades cada una y fundirlas a su vez componiendo dos monedas con dos partes diferentes: una de plata y otra de bronce. Ambos olímpicos iban a conservar para el resto de sus vidas el recuerdo de una competición que les separó, estando empatados. A partir de entonces iban a estar juntos de por vida en esas especiales monedas. Se las llamó “las monedas de la Amistad”, amistad con mayúsculas.

El futuro que les deparó en sus vidas a partir de entonces sí que iba a ser diverso: mientras que el más joven, Ōe, batió al siguiente año el récord de Japón (un récord que permaneció durante 21 años), acabó entrando en el ejército al iniciarse la II Guerra Mundial. El destino le deparó la muerte a los 27 años en la batalla de Wake, en 1941. Por su parte Nishida se convertiría, pasada la contienda mundial, en el seleccionador del equipo de atletismo de su país, llegando a ser directivo en la federación japonesa durante los años 50 y 60. En su extensa etapa relacionado con el atletismo también ejerció de árbitro. En 1989 se le concedería la prestigiosa medalla de plata de la Orden Olímpica.

Shūhei Nishida y Sueo Ōe protagonizaron una de las historias más solidarias que han dado los Juegos Olímpicos. Es difícil que se pueda repetir el gesto que tuvieron.

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *