Momentos Olímpicos Mágicos

MOMENTOS OLÍMPICOS MÁGICOS 72: LA VENGANZA DE KHALID SKAH EN LOS 10.000m DE BARCELONA 92

La competición, la ambición por ganar un oro olímpico, puede sacar lo mejor y lo peor de los deportistas. Frente al esfuerzo, el trabajo y la superación que el objetivo -más que lícito- por ganar un oro olímpico puede provocar, también puede causar el intento de conseguirlo si no abiertamente con trampas sí de manera nada lícita. Los espectadores presentes en el estadio de Montjuic que abuchearon en directo lo que estaba ocurriendo en la final masculina de los 10.000 metros correspondientes a los Juegos de Barcelona 92 pueden corroborar esta afirmación.

Protagonistas: por el bando “negativo” los marroquíes Khalid Skah -a la sazón, final ganador- y Hammou Boutayeb, que actuó de fiel escudero del anterior. Por el bando de la “víctima” el keniata Richard Chelimo. En realidad, la final olímpica del 92 iba a resultar una suerte de venganza para Skah ya que nos hemos de remontar al Mundial de Tokio disputado el año anterior. Allí el potente equipo de corredores de Kenia había realizado una táctica de equipo que había perjudicado a Skah. Ante todo hemos de decir que las carreras de fondo permiten realizar tácticas entre corredores (sólo no está permitido el uso de “liebres” en Juegos Olímpicos). En este caso dos de los keniatas, el propio Chelimo así como Moses Tanui, se pusieron en cabeza durante la final del Mundial. Un tercer corredor de su país (Thomas Osano) iba tercero, pero iba obstaculizando y, lo que es más importante para el desarrollo de la carrera, ralentizando el ritmo. Digamos que ejercía de tapón que impidió al fin y a la postre a Skah alcanzar al dúo de cabeza, aunque el marroquí acabara colgándose una medalla, la de bronce. Muy deportivo no es, pero está permitido y es una táctica que hemos visto en infinidad de ocasiones tanto en carreras de larga distancia como en deportes como el ciclismo. Si un equipo es lo suficientemente potente como para tener un tercer componente que pueda ejercer esa “misión”, pueden permitirse osar realizarlo, aun poniendo en serio peligro poder copar el podio con tres atletas.

Pero el caso de la final de Barcelona 92 es bien diferente. Relatemos cómo transcurrieron los hechos: Tras los habituales inicios en bloque de una carrera de esta distancia, según iba avanzando la carrera ésta iba perdiendo elementos, que se iban descolgando, como el también keniata Koech, el italiano Antibo, el etíope Abebe o el mejicano Barrios. En el último tercio de la carrera ya se habían quedado solos encabezando la final los favoritos: Skah y Chelimo. Estaba claro que el esperado duelo por el oro iba a quedar entre ellos. ¿Sería el turno del marroquí para resarcirse de lo ocurrido en el Mundial previo? Los dos iban fuertes y ninguno se destacaba del otro. En esas que entra en liza el corredor marroquí Boutayeb, a falta de tres vueltas para el final. Iba doblado, algo que ya de por sí a posteriori causó sospecha ya que se trataba de un corredor de nivel. Sin ir más lejos era poseedor de la tercera marca mundial el año anterior a los Juegos. Podría muy bien haber tenido simplemente un mal día pero ¿y si forzó quedar tan retrasado para poder facilitar a su compatriota Skah lo que estaba a punto de hacer? Sólo ellos lo saben. El caso es que, doblado como estaba, se dedicó a obstaculizar al keniata que compartía liderato con Skah, incluso llegando a desdoblarse superándolo en un par de ocasiones. En ese sentido, la táctica, que si bien parece calcada de la realizada por los keniatas en el Mundial, no tiene nada que ver puesto que en el caso que nos ocupa estaba siendo realizada por un doblado y el reglamento indica que no deben ser obstáculo para los atletas en cabeza. De hecho, un juez salió a la pista para sacar a Boutayeb de la misma, haciendo éste caso omiso.

El público inmediatamente se dio cuenta de la maniobra, cuanto menos sucia, y se puso a abuchear desde ese momento hasta pasada la línea de meta final. Porque el que acabó cruzándola en primer lugar sería Khalid Skah, al que la táctica de su compatriota había beneficiado. La pitada fue de las históricas. Y después, el caos. Primero se descalificó a Skah, dando la victoria a Chelimo. El marroquí no se conformó con la decisión oficial, ni mucho menos. Llegó a acusar de racismo en su contra por ser magrebí dirigiendo directamente sus acusaciones a Estados Unidos, que habría estado -siempre según Skah- al frente de todo un complot contra él. Negó haber hablado con Boutayeb. Incluso llegó a insultarle y a acusarle a él también de ser en parte el culpable de su descalificación. Posteriormente el vídeo quitó la razón a Skah, demostrando que ambos marroquíes habían hablado durante la carrera, pero Skah dijo que le había dicho que se apartara. El embrollo se iba liando cada vez más. La excusa de Skah era que su compatriota en realidad lo que pretendió era ayudar a Chelimo (sic) porque Boutayeb y él pertenecían a clubes rivales en su país. Cualquier declaración se hacía en un intento de dar la vuelta a la decisión. Y el caso es que lo consiguió. No porque creyeran sus explicaciones, sino porque el reglamento no aclaraba en su totalidad la sanción a dar en casos como este, sobre todo porque no se produjo una obstaculación clara sino un “entorpecimiento”. Así, Skah recibió definitivamente el oro, entre la pitada general del estadio, al día siguiente. Chelimo, por contra, se llevaría una de las ovaciones más grandes producidas durante esa edición olímpica.

Khalid Skah pasó posteriormente por serios avatares personales que le llevaron incluso a ser encarcelado y a provocar un incidente diplomático con Noruega, amén de ser acusado por dopaje, entre otras cuestiones, pero eso es otra historia…

De izquierda a derecha: Boutayeb, Chelimo y Skah. Foto de Getty Images

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