Entrevistas,  Heroínas olímpicas

ISABEL FERNÁNDEZ: “HAY MUCHA GENTE BUENÍSIMA QUE SE QUEDA FUERA DE UNOS JUEGOS OLÍMPICOS”

Isabel Fernández continuó en los Juegos de Atlanta una racha de medallistas españoles en judo (epecificando, mujeres medallistas, porque de los cinco deportistas hispanos que han conseguido medalla en Juegos Olímpicos cuatro han sido mujeres) que había comenzado solo cuatro años antes, en los Juegos en casa celebrados en Barcelona. Ella misma contó a Historias de los Juegos cómo fue su primera –y exitosa- experiencia en unos Juegos: “Esa  edición la viví con la inexperiencia de unos primeros Juegos. Entonces todo me quedaba muy grande. Es cierto que ir por la villa olímpica y ver a deportistas que no eran solo los judokas, que veías por la tele y verlos ahí en carne y hueso también te hacía mucha ilusión. Fue una experiencia inolvidable el desfile inaugural, cuando se encendió la antorcha, momentos que estás acostumbrada a ver por la tele pero no en vivo y además tuve la gran suerte de subir al cajón, de quedar tercera, así que para mí fueron unos Juegos inolvidables. En principio yo no era de las favoritas pero yo salí sin miedo, al no tener ninguna responsabilidad. Es cierto que yo había sacado ya una medalla Europea y había quedado quinta del mundo, pero no era de las que en principio se esperaba estar ahí. Yo fui sin presión a darlo todo. Hice combates duros”.

Lo de Isabel Fernández no iba a ser flor de un día, ni mucho menos. De hecho, lo mejor estaba aún por llegar y lo hizo en sus segundos Juegos Olímpicos: “En los siguientes Juegos, los de Sidney, me dije: “Aquí ya he visto lo que son los Juegos, así que a seguir trabajando cuatro años más e intentar estar un poquito más arriba”.  Unos JJ.OO. para todos los deportistas en general son la competición máxima, quitando cuatro deportes todos los demás los vivimos como la competición más importante y no solo eso, porque aparte dentro de cuatro años no sabes si estarás a tope o tendrás una lesión o no vas porque no puedas clasificarte. Hay mucha gente buenísima que se queda fuera, por eso tienen tanta importancia. Quitando alguna que vaya por wild card todo el mundo tiene un gran nivel. En Sidney estaba más presionada porque en los Mundiales previos había quedado campeona o subcampeona del mundo, así que era favorita y cabeza de serie. Para entonces ya tenía unos resultados, había subido de nivel. Pero yo entrené todo lo que tenía que entrenar y me acuerdo que el combate que tenía perfectamente visualizado era con la cubana, que éramos las dos cabezas de serie”. Puede que la judoka alicantina estuviera obsesionada con conseguir el oro olímpico: “lo único que me faltaba, porque ya era campeona del Mundo y de Europa”, por eso confiesa que durante los entrenamientos, corriendo o planificando las tácticas soñaba literalmente con subirse a lo más alto del podio: “Cuando quedé campeona olímpica no me lo creía. Sabía que tirar a la cubana era casi imposible, igual que ella a mí, porque ya cuando te conoces y tienes un nivel es muy táctico. No fue inesperado ganarla porque ya la había ganado en un Mundial. Estábamos muy igualadas, podría ganar cualquiera. Hasta que no me colocaron la medalla no me lo creí”.

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La sensación de verse campeona olímpica le dejó una huella emocional que pagó en los meses siguientes: “Cuando tú anhelas algo y trabajas tan duro para conseguir una cosa y cuando lo consigues parece que no te lo crees. Estuve unos meses en que me relajé y después perdí el primer combate”. Pero la campeona olímpica se repuso para los siguientes Juegos. Tenía que hacerlo. Volvió al duro trabajo y a ganar medallas en competiciones internacionales hasta que llegó la cita de Atenas 2004, en la que iba a disfrutar de un “extra” añadido: “En Atenas fui abanderada. Para mí fue un honor porque sé que muchos deportistas también se lo merecían, porque solo puede ser uno de los casi 300 que vamos. Es diferente la vivencia a una medalla, pero supone un reconocimiento porque vas en representación de todos los deportistas que han luchado para clasificarse. Yo estuve encantada de haber sido elegida abanderada. Tenía una sonrisa de oreja a oreja hasta que me quitaron la bandera y que empecé a llorar, se ve de la tensión que había tenido”.

En Atenas ya no conseguiría medalla pero los años siguientes su colección siguió en aumento, entre Mundiales y Europeos, llegando así a su cuarta cita olímpica, la de Pekín: “En Pekín no disputé medalla. De allí ya me retiré porque quería ser madre y tenía 38 años”. La retirada fue momentánea, sin embargo, porque una vez nacida su hija, Isabel Fernández quiso volver a la competición: “No pensé en volver a la competición tras tener a mi hija, pero yo seguía entrenando y me vi que estaba muy bien. Es cierto que empecé a entrenar cuando quedaba ya poco -un año y medio- para los Juegos de Londres. Yo me habría clasificado si hubiera sido por resultados y medallas pero la clasificación es por dos casilleros: en el primer año conseguí tres medallas y en el otro siete”. El sistema de competición la obligaba a conseguir medallas y altos puestos en diversas competiciones, así como estar por encima de otras participantes españolas. El sueño de Londres, de los que habrían sido sus quintos Juegos, ya como madre, no se cumplió pero no le supuso ningún trauma: “No me decepcionó no ir a Londres porque yo como deportista estoy totalmente realizada. Yo estoy agradecida a todo lo que he conseguido”.

Isabel Fernández, hoy en día vicepresidenta del Comité Olímpico Español, nos contó una anécdota que demuestra su solidaridad con sus compañeros y lo bien que entiende al deportista de élite: “En Sidney yo dormía con Sara Álvarez, que competía al día siguiente. Por no molestarla me quedé a dormir en el suelo del salón. No había ni sofá. Yo quería haberme ido a un hotel a dormir con mi marido tras la medalla que conseguí ese día, pero no había ninguna habitación libre. Él se había quedado en una caravana con un amigo, estaban todos los hoteles completos. Me quedé a dormir sin manta ni nada pero no me importó, porque no quería ni abrir la puerta para no despertar a mi compañera”. Gesto que la honra, como la labor que realiza junto a su marido para ayudar a las personas autistas mediante el Proyecto Isabel Fernández.

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