Concienciados olímpicos,  Legendarios

BILLY MILLS: EL NATIVO AMERICANO QUE CORRIÓ Y GANÓ EN TOKIO 64 CONVIRTIÉNDOSE EN UNA INSPIRACIÓN PARA SU PUEBLO

Esta es una historia épica protagonizada por un héroe inesperado. Sucedió en los primeros Juegos Olímpicos celebrados en Tokio, allá por el año 1964. Nuestro héroe pertenecía a la tribu de los Oglala Lakota. Su nombre auténtico es Tamakoce Te´Hila, pero en el “mundo real”, ese fuera de su lugar de nacimiento de la reserva india de Pine Ridge, sita en Dakota del Sur, es conocido como William Mervin Mills, o simplemente Billy Mills.

Cuando contaba ocho años de edad murió su madre. Justo después leyó un libro del filósofo griego Sócrates que decía “Los dioses eligen a los olímpicos”. Billy quería ser uno de esos elegidos con el único fin de volver a ver a su madre. Su padre le dijo que tenía las alas rotas pero que algún día tendría las alas de un águila. Añadió que la persecución de su sueño le haría sanar y encontrar la paz. Correr le ofrecía eso.

No nos perdemos en tan poéticos pensamientos y vamos a los hechos: Billy Mills era bueno corriendo, por lo que recibió una beca de atletismo en la Universidad de Kansas. Mientras se graduaba en educación física, la universidad gozó de sus éxitos en las pistas. Una vez acabados sus estudios se convirtió en marino, pero no abandonó su carrera atlética. Como decimos, las victorias fueron llegando, primero a nivel nacional. En una ocasión se produjo un hecho que casi cambió el rumbo de su vida. Tras una carrera se acercó un fotógrafo para hacer fotos de los participantes. A Billy le apartó de mala manera: “Eh, tú, el oscurito. No te quiero en la foto”. Esas duras palabras le llevaron casi al suicidio. Tras el hecho se asomó a la ventana de su hotel, se subió a una silla y se pensó muy mucho saltar los tres pisos que le alejaban del suelo. Por suerte no lo hizo.

Pasó un tiempo; se acercaba la cita olímpica de 1964, pero un año antes Mills recibe una noticia: se le diagnosticó diabetes tipo 2 y además hipoglucemia. Pero el sueño olímpico era más grande que eso, el sueño de ganar y de, quién sabe, cumplir el deseo de ver a su madre. Así que Billy no se amilanó y llegó a los Juegos de Tokio 64. Para ello no le preocupó tener que entrenar recogiendo basura ya que eso le permitía correr unos cuantos kilómetros más al día.

En la cita olímpica Mills no era ni mucho menos el favorito. Todos pensaban que el que saldría ganador de la pista en la prueba de los 10.000 metros sería el australiano Ron Clarke, recórdman mundial. Otro de los favoritos a la victoria era el tunecino Mohammed Gammoudi. Aun con todo, Mills mediada la carrera llegó a liderar el grupo de cabeza, posición la de líder que también ocupaba Clarke de tanto en tanto. Ellos dos, más el citado Gammoudi a los que hay que añadir el etíope Mamo Wolde, fueron los que iban a decidir los primeros puestos finales, aunque éste fue el primero en abandonar el cuarteto de cabeza, dejándolo en trío. En esas estamos cuando a Mills le atacó la hipoglucemia: tenía un hormigueo en el antebrazo y, lo que es peor, su visión iba y venía. Debido a ello le acaban adelantando. Hubo incluso un pequeño tropiezo y un empujón con Clarke. Gammoudi tomó la delantera y se adelantó. Mills ya era tercero, pero en la curva final empezó a acelerar su paso. Faltaban escasos 50 de los 10.000 metros cuando Mills hizo el esfuerzo final, por muy menguado que estuviera. Adelantó a sus dos rivales casi en el último segundo. Hizo su mejor marca personal y el récord olímpico. “Los Juegos Olímpicos me salvaron la vida”, llegó a afirmar Mills. Según el atleta: “Hubo dos carreras: la primera fue para curar el alma rota y, en el proceso, gané un oro olímpico”.

El primero en felicitarle, vía telegrama, fue el coronel John Glenn, que por entonces era un piloto de los Marines. Posteriormente sería uno de los privilegiados que subió al espacio.

Su historia no acaba aquí. No sabemos si vio o no a su madre, pero sí sabemos que seguramente gracias a ese oro olímpico épico e inesperado se convirtió en un referente y una fuente de inspiración para la comunidad nativa americana. Esa fue su auténtica misión, a la que dedicó el resto de su vida: empoderar a los indios americanos. Escribió dos libros sobre las lecciones de vida de los Lakota. También creó, en 1986, la asociación benéfica “Corriendo por la juventud de los indios americanos” con proyectos para mejorar las condiciones de vida de la juventud nativa en las reservas, “en las que se vive en condiciones tercermundistas”, según sus palabras. 

Desde entonces no para de recibir honores, de entre los que destacamos el de portar la bandera olímpica en los Juegos de Los Ángeles 84 o el de recibir el premio de la Liga Anti-Difamación que lucha contra el odio. Otro de los honores que recibió, siempre gracias a su oro olímpico, fue el ser reconocido como guerrero por su tribu en una ceremonia donde se le dio un nombre nativo y se le entregaron una simbólicas plumas. Era, al fin y al cabo, un acto de reconocimiento, de aceptación de su identidad. Mills sigue a día de hoy luchando por los indios nativos de su país. 

Un comentario

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *