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PAUL WYLIE, EL PATINADOR QUE VOLVIÓ A LA VIDA

Paul Wylie ha  proporcionado al mundo dos grandes sorpresas, una agradable y otra muy desagradable. Este ex patinador de Dallas, que se colocó sus primeros patines con tres años, asombró a propios y extraños en los Juegos de Invierno de Albertville 92 colgándose al cuello la medalla de plata. Durante todo el ciclo olímpico anterior no había conseguido en ninguna competición un puesto más alto del noveno e incluso su participación olímpica estuvo en serio peligro por su mala actuación en el exigente campeonato nacional de Estados Unidos, fundamental para decidir los puestos del equipo olímpico. Únicamente decir que tras el programa corto se situaba en vigésimo lugar…de veinte. Incluso no llegó a entrar en el equipo que, en vísperas de los Juegos de Albertville, participaría en el Mundial de ese año. Su elección final fue cuestionada por la Prensa, la cual no sospechaba que solo unos días más tarde Wylie iba a proporcionar al público de su país un metal en la máxima competición deportiva mundial.

Después de su mayor momento de gloria deportiva Paul Wylie se dedicó al patinaje profesional, actuando en infinidad de espectáculos sobre el hielo. Incluso hoy en día, con 52 años cumplidos, lo sigue haciendo, en alguna ocasión junto a sus tres hijos. Pero tras la agradable sorpresa de su medalla olímpica tenemos que hablar de la sorpresa negativa. Paul la dio –y la experimentó- exactamente el 21 de abril de 2015. Ese día estaba practicando deporte junto a unos amigos. Durante una serie de sprints sintió que el ejercicio era demasiado extenuante para él, pero siguió con él porque, al fin y al cabo –pensó- él había sido un deportista olímpico, así que estaba acostumbrado a las grandes exigencias físicas. De repente se sintió caer y a partir de ahí Wylie no recuerda nada. Lo que le ocurrió fue un ataque repentino de corazón. Tumbado, su corazón se había parado. Menos mal que le pilló en compañía y con un aparato de resucitación cardiopulmonar a mano. Alguien llegó a realizarle 450 compresiones en el pecho, intentando reanimarle, hasta que llegó una ambulancia, cuyas urgencias atacaron, tras la “resucitación” manual, las siguientes medidas: desfibrilador e inyección de epinefrina para despertarle.

Una vez en el hospital se procedió a un enfriamiento de la temperatura de su cuerpo a 32 grados (lo que denomina hipotermia terapéutica) para enfriar su cerebro y su cuerpo. A continuación, Paul Wylie fue inducido al coma. En ese estado estuvo dos días. Wylie tuvo mucha suerte. De nuevo había vivido un milagro en su vida: primero consiguiendo una medalla del todo inesperada y, años más tarde, salvando la vida, pues la llegó a tener pendiente de un hilo.

Al medallista olímpico hubo de implantársele posteriormente un desfibrilador dentro de su pecho pero, pese a todo ello, ha querido volver a su vida normal. Y su vida normal incluye el patinaje. Aun hoy en día sigue participando en galas de este deporte. Lo que sí ha cambiado definitivamente en su vida ha sido que se ha convertido en una persona de referencia para los que padecen su problema. Da conferencias informando sobre su enfermedad, cómo afrontarla y, lo que es más importante, cómo evitarla. Al fin y al cabo lo que padeció Wylie es la mayor causa de muerte en mayores de 40 años y causa la muerte en el 95% de los casos. El mensaje de Wylie al mundo cuando ganó su medalla olímpica fue: “No hay nada que perder”; ahora, tras salvar su vida, su mensaje viene a ser que la vida es demasiado valiosa para perderla, así que hay que cuidarla en la medida de nuestras posibilidades. De nuevo un deportista olímpico trasciende su deporte sirviendo de referencia para el resto del mundo.

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