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ROHULLAH NIKPAI: EL LOGRO OLÍMPICO HISTÓRICO PARA UNA NACIÓN ÁVIDA DE ALEGRÍAS

Rohullah Nikpai pertenece a esas pocas personas capaces de causar una gran incidencia en su país. Para empezar, le llevó la alegría a Afganistán, el país de marras, un buen día del verano de 2008, tras treinta años de guerra. Unos minutos bastaron para que la totalidad de la población de su país de origen se olvidara por un día de los tiros, las bombas y la muerte. Ocurrió durante los Juegos de Pekín 2008 en la que sería la primera medalla olímpica de Afganistán. Fue la  de bronce en taekwondo, en la categoría de 58 kilos. Huelga describir la recepción que Nikpai tuvo días más tarde de vuelta a casa. El país se había paralizado el día de su final –noche en Afganistán- acudiendo a los locales que abrían de noche y tenían televisores donde poder seguir su combate.

Se puede esperar que la vida de este deportista no fue fácil habiendo nacido en Afganistán y, en efecto, no nos equivocamos al considerar el mérito doble que tuvo este joven por alcanzar el podio olímpico. Siendo niño tuvo que huir de la guerra con su familia a Irán, donde vivió en un campo de refugiados. Le gustaban las películas de artes marciales y, con diez años, empezó a practicar el taekwondo. Al principio como miembro del equipo afgano de refugiados, hasta que regresó a Kabul cuando contaba 17 años y comenzara a entrenar en una instalación estatal, en concreto en un estadio donde los talibán habían realizado ejecuciones. Dos años más tarde ya despuntó en los Juegos Asiáticos de 2006.

Su medalla en Pekín, en un deporte que es el más popular de su país (Afganistán cuenta con alrededor de medio millar de clubes de taekwondo), le reportó un baño de masas y pagos económicos por haber dado a la nación su primer metal olímpico: por una parte recepción de miles de afganos en el Estadio Olímpico y por otra una casa entregada por el presidente Hamid Karzai; un coche regalado por un consorcio de hombres de negocios y un cheque de 10.000 dólares que le otorgó una compañía de comunicaciones (unas veinte veces el salario anual medio en Afganistán).

Y en la siguiente cita olímpica Rohullah Nikpai volvió a hacerlo: otra medalla de bronce –esta vez en la categoría de 68 kilos- y, de nuevo, paralización del país. En esta ocasión el orgullo nacional fue doble, porque su medalla suponía que superaban en el medallero olímpico a su gran rival, Pakistán. La medalla del taekwondista afgano provocó una polémica en un país dividido por la guerra, ya que Nikpai fue rápidamente felicitado por el embajador de Estados Unidos y la coalición de la OTAN que ha estado posicionada en su país más de una década. Sin embargo, la felicitación del régimen talibán tardaba en llegar, lo que causó la vergüenza de muchos, pues Nikpai era felicitado antes por el “enemigo” que por el propio Gobierno. También levantó polémica el hecho de que la escuálida delegación afgana en Londres 2012 no había incluido a ningún fisioterapeuta y sí a militares, guardaespaldas, amigos del presidente del Comité Nacional Afgano (un general, por lo demás) sin relación con el deporte. Más tarde, ya de cara a los Juegos de Río, Nikpai levantó la voz contra dicha institución y la Federación Nacional de Taekwondo por haber robado dinero destinado a los atletas. El héroe nacional llegó a dejar de participar en el equipo afgano como protesta, aunque volviera cuando se resolvió el conflicto.

Mientras, en la ficha de Rohullah continuaba escrita como profesión “barbero” y sólo sus ingresos como tal le permitieron financiar su carrera deportiva. Sus logros en dos Juegos Olímpicos inspiraron a muchos de sus compatriotas, que se apuntaron tras ellos en masa en escuelas de taekwondo. Un símbolo para una nación extremadamente pobre. Sus bronces saben a más que oro: saben a esperanza, orgullo nacional y mérito sin igual.

Rohullah Nikpai recibido tras su segunfa medalla olímpica. Foto de A-NOC

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