SUZANNE LENGLEN, LA PIONERA DEL TENIS QUE TAMBIÉN REINÓ EN JUEGOS OLÍMPICOS
Si sólo la conocen por dar nombre a una de las pistas principales del torneo del Grand Slam Roland Garros ya es hora de que profundicen en la vida y carrera de Suzannne Lenglen, una mujer que, como se suele decir, fue adelantada a su tiempo. Nacida en los estertores del siglo XIX (en 1899), fue más bien una figura más propia del siglo XXI y así lo reconocen tenistas mucho más actuales como Maria Sharapova o Steffi Graf, que ven en ella un modelo a seguir y, por descontado, una pionera del tenis y del deporte femenino en general.
Además de gran campeona y dominadora fue única, toda una personalidad: combinaba rebeldía con innovación; caprichos de niña con costumbres de grande (como la de beber coñac entre punto y punto de un partido de tenis); debilidad física debido a problemas médicos -entre los que destaca asma desde edad infantil- como garra para superarlos y jugar pese a las recomendaciones en contra de profesionales médicos y de su propio padre. Todo un personaje que marcó estilo, y no solo jugando. Porque Lenglen fue de las primeras en dar importancia al aspecto estético a la par que a la comodidad, siendo la primera mujer que se “atrevió” a jugar en público sin corsé. Cuidaba su indumentaria y, en ese sentido, trabajaba codo con codo con los mejores modistas, saltando de este modo a las pistas con modelos sin mangas y faldas más cortas de las habituales (aunque aún se situaban por debajo de la rodilla).
Revolucionaria, precoz –fue la campeona más joven en ganar un Grand Slam-, a veces abucheada por su personalidad y muchas otras admirada. De sus victorias en las más grandes pruebas del circuito no toca hablar en estas páginas, sino de sus medallas olímpicas. Participó en 1920 en los Juegos de Amberes, as los que llegaba como máxima favorita tras ganar tanto en Wimbledon como en Roland Garros. Compite en el torneo olímpico individual, en el de dobles y en el de dobles mixtos porque aspira a salir de la ciudad belga con tres medallas de oro colgadas al cuello. Pero el deporte no es siempre lógico y las cosas no salen como deberían salir, en su caso. En los dobles pierde en semifinales y gana posteriormente la medalla de bronce de una manera poco digna, aunque no se puede achacar a ella: sus rivales no comparecen. Primera medalla olímpica de Lenglen, pero ni mucho menos del color que buscaba.
Se presenta a la final individual tras haber realizado un torneo olímpico casi impecable, en el cual tan solo había perdido un juego. Sin embargo, su rival en la final, la británica Holman, consigue arrebatarle tres, aunque son insuficientes para superar a la Divina, como denominan a la francesa. Gana Suzanne por 6-3 6-0. Por fin puede considerarse campeona olímpica. Y vuelve a repetir victoria en la prueba de dobles mixtos. No es mal bagaje al fin y al cabo para la reina de las pistas.
Suzanne Lenglen llevó su vida y su carrera no exenta de polémicas, entre las que destaca negarse en Wimbledon a jugar dos partidos seguidos (uno individual y otro de dobles) y desairar de esta manera a la casa real británica, presente en la tribuna. Lenglen parece sentirse por encima de todo y de todos. Pero no todo va perfecto en su carrera. Siente que ha dado mucho más al tenis que éste a ella y, harta de que le cueste dinero al tener que pagar altas cotas de inscripción en los torneos, se pasa al profesionalismo con 27 años. Duró apenas meses en él, varios de ellos enferma, pero batió récords. En esto también fue pionera, puesto que llegó a recibir más dinero que sus colegas masculinos. Para su debut profesional, que tuvo lugar en Estados Unidos, el promotor le pagó la por entonces astronómica cifra –e incluso nada despreciable hoy en día, casi un siglo más tarde- de 50.000 dólares. Al poco se retiró y once años más tarde moría, tempranamente, de leucemia.
Icono, precursora, polémica, personalidad arrolladora, prodigio del deporte (tenía que serlo, si añadimos que no llevaba precisamente una vida sana, trasnochando en fiestas donde bebía alcohol con fruición), Suzanne Lenglen puede que no fuera el modelo ideal de conducta deportiva a seguir, pero nadie puede negarle que marcara un camino para el tenis y el deporte femenino.